lunes, 30 de enero de 2012

una imagen

Te escribí una canción
pero
usé la hoja
para encender un fuego
Algo del dolor
decía
algo del amor
también
Ví tu imagen
y recordé
lo siniestro del corazón
y empecé
Dos cuerpos se recorren
dos almas se tantean
siento que no podés hacer daño
tanto
daño
Un final que decanta
las sombras se pasean
el viento –ya lo dije-
todo se lo lleva
y el fuego todavía arde

viernes, 27 de enero de 2012

lo que el viento se llevó

Desnuda de atuendos y de pensamientos, detecto a mí alrededor el modo en que van surgiendo los surcos del deseo. Algunos tan cerca que me tocan y otros tan lejanos como el invierno; unos tan pequeños como una semilla, otros tan grandes como mi órgano cardíaco. Son como gotas de lluvia que caen y agujerean la superficie que me circunda, invadiendo sin prisa la zona, para hacerse notar. Las noto –y las anoto- y entonces sí, inevitablemente me pierdo en las cavilaciones de mi mente inquieta e inquietante. Y ahora ardo en palabras, pero jamás voy a poder decir lo que quiero decir. Es que ni bien intento asir mis pensamientos, se mezclan con las gotas de lluvia, se hacen tormenta y no se entienden en la vorágine del huracán. Y se me pierden, y se me escapan, y se me van.



miércoles, 25 de enero de 2012

es más fácil creer en lo que no es

junto tus migajas
son pocas
casi que no son
intento una forma
se deshace
la intento
pero no
el viento te desarma
más aún
vacío
cartón
cartoon
animate, dibujo
viví
volá
viví
mientras tanto me escondo
y creo
-y me escondo-
en lo que no sos

lunes, 23 de enero de 2012

el mañana

¿Qué soy si no soy destino?
no me hallo en los límites de lo que me circunda
no me veo ser
no soy ahora
soy mañana
y para siempre.



domingo, 22 de enero de 2012

quiero un jardín de giralunas

Para algunos, es tan simple como encender un cigarrillo. Para mí, es tan complicado como para el protagonista del cuento de Jack London encender una hoguera en una montaña con 50 grados bajo cero. Pero si me resultara tan fácil no sería yo, quiero decir, no estaría acá, sino viviendo en otro país y horneando muffins para mis veinte invitados. Mirá -te estoy franca-, lo sencillo no me atrapa, de hecho me repele y hasta me asusta, será que mi vida está signada por la eterna búsqueda del conflicto. Es que sin conflicto no hay solución posible, y si no hay posibilidad de crear e inventar soluciones, no hay motor para andar. Es como querer pintar una pared recién pintada: no te gastes, ella no lo necesita. Así que escribime la pared, manchala con témpera, marcador y acrílico, rallala con la llave de tu casa, y si no tenés casa, mejor. Preguntame: ¿cúanto es siete equis por veintiocho novenos dividido setecientos cuarenta y ocho al cubo? Preguntame eso porque no voy a tener ni idea y voy a querer averiguarlo. 

jueves, 19 de enero de 2012

let me be in your dreams

Se rompió el espejo del baño,
yo lo escuché
en realidad, dormía
y cuando sentí el “crack” me levanté.

Mi cuerpo temblaba
al comienzo
no reía ni lloraba,
fue puro suspenso.

Con la luz apagada
y con un ojo abierto
me incorporé y, pasmada,
escuchaba ahora el concierto.

Los vidrios caían en cascadas
chocaban el piso y volaban
y yo, en camiseta,
simplemente los miraba.

Resignada me hice un ferné
y busqué los Virginia Slims
y, cuando abrí el otro ojo, leí en el espejo:
“Let me be in your dreams”.

lunes, 16 de enero de 2012

Edu&Ramo

Eduardo Salgado había prometido hornear un bizcochuelo de naranja para acompañar el té. Él mismo batiría los huevos junto con la manteca y la harina, luego cortaría y rayaría la cáscara de algunas naranjas, enmantecaría y enharinaría el molde, vertería la mezcla en él, y luego lo llevaría a horno moderado por cincuenta minutos ininterrumpidos. Eduardo Salgado se había prometido también no volver a usar ese perfume penetrante y anticuado que usaba desde que se había iniciado en el arte de la seducción. Se bañaría con agua fría, se enjabonaría, y al salir de la ducha dejaría que el aire que entrara por la ventana secara su cuerpo, nada de aromatizantes para la piel. Eduardo Salgado además había prometido no sobre-limpiar el living, para que no se note que había estado esperando esa visita durante años. Lo barrería y pasaría el trapo sólo una vez, y lo haría el día anterior, no el mismo día del encuentro, para darle tiempo a algunas pelusas a que se instalaran naturalmente en los recovecos del lugar.  
A sólo cinco minutos de la hora pactada para la cita, Eduardo Salgado transpiraba las manos pero no quería secarse en su pantalón para no mancharlo, y tampoco quería tener una toallita para la ocasión, ya que le parecía que a su invitada podría resultarle desagradable.
Paralelamente, Ramona María Hernández padecía de taquicardia cada vez que recordaba la cita estipulada con Eduardo Salgado. Se cumplían veintidós años desde que esperaba ese momento, exactamente la misma cantidad de años que hacía que conocía a Eduardo Salgado. Desde ese entonces, Ramona María Hernández sabía que vestiría un vestido color coral –era su color preferido- y adornaría su pelo lacio y moreno con una flor que arrancaría de su propio jardín. Se perfumaría con su agua de colonia, y pintaría levemente sus labios, lo necesario para no parecer ni muy atrevida ni muy distante.
A las cinco de la tarde, ni un minuto más, ni un minuto menos, Ramona María Hernández tocó el timbre del departamento F del piso 3.
A las cinco de la tarde y un minuto, Eduardo Salgado abrió la puerta F del piso 2 y corroboró que no había nadie tras ella.
A las cinco de la tarde y cinco minutos, Ramona María Hernández, ya impaciente, volvió a tocar el timbre F del piso 3.
A las cinco de la tarde y ocho minutos, Eduardo Salgado volvió a abrir la puerta F del piso 2 y volvió a corroborar que no había nadie detrás.
A las cinco de la tarde y diez minutos, Ramona María Hernández, ya con el vestido arrugado por los nervios y la flor en la mano, decidió marcharse para no volver jamás.
A las seis de la tarde, Eduardo Salgado, transpirado y con el pantalón tan manchado como su orgullo, levantó la mesa armada con precisión y limpió todo para que no quedaran rastros de aquella horrorosa tarde en que iba a encontrarse con Ramona María Hernández pero la aritmética, arquitectura, urbanización y distribución de viviendas, mezcladas con los nervios, la timidez, la falta de investigación, y el propio destino que siempre nos arroja una cuota de azar, decidieron que no.

sábado, 14 de enero de 2012

calesita pentagonal

La cosa es así: hay una calesita del tamaño de una cajita musical, que es pentagonal y en sus puntas –que son ahuecadas- hay siempre un objeto que viene a llenarlas y que les cabe perfecto. Bueno, en todas las puntas menos en una. Es que hay una punta que aunque pongas todo de vos para llenarla, aunque te esmeres en encontrar objetos que quepan maravillosamente en una y cada una de las puntitas ahuecadas, hagas lo que hagas, siempre hay una –no importa cual- que no se llena. La calesita está estática y sólo se puede mover manualmente, por lo que uno puede rotarla a gusto y piacere e ir buscando objetos para insertar en esos pequeños huecos. Los objetos varían según el agrado de cada quien, y así hay quienes eligen objetos brillantes, otros quienes los prefieren de colores opacos y oscuros, y otros que llegan a conseguir objetos con formas extrañas y texturas increíbles. Entonces, como dije antes, según el clima, los ánimos, la alineación de planetas, el día correspondiente al ciclo menstrual y muchos otros factores que ahora no voy a detallar, hay una punta que queda vacía. Esa –me atrevo a adjetivarla de “maldita”- punta vacía es mejor que quede del lado de la pared, si es que uno coloca la calesita pentagonal sobre su mesa de  luz. Porque, al margen de que estéticamente no quede armonioso para el ojo humano, de algún modo esa puta, digo punta, vacía se las arregla para clavarse en el centro del pecho de quien la posea. Y duele, mucho. 

jueves, 12 de enero de 2012

ganar-perder

Todo lo nuevo necesita de lo viejo para nacer. Se nutre, se fortalece, va (cre)siendo sobre eso viejo que le sirve de base y a la vez de trampolín hacia el infinito creador de lo remoto, allí donde lo nuevo cobrará su forma, su fuerza para ser. Lo nuevo aparece a donde, entre lo viejo, se hace un espacio para lo ignoto, para la pregunta sin respuesta anticipada, para la duda sobre la certeza. Es necesario y hasta imperioso, dar aire a lo conocido para que prendan las llamas de lo desconocido y nos quememos en su exploración. Se requiere de un hueco, a veces generado por otro, y a veces por uno mismo -pero un hueco al fin-, que se mantenga por un tiempo en lo añejo, para luego cobrar forma propia y divergente, y así transformarse en lo nuevo. Pero si las garras que nos unen a lo viejo no se desprenden de él, jamás podremos mutar hacia lo diferente: es que lo nuevo aparece gracias a lo viejo, pero con la irremediable condición de dejarlo atrás.

martes, 10 de enero de 2012

question mark

Un hombre se sienta en el balcón, prende un cigarrillo y mira cómo el viento mueve las ramas del árbol de la vereda de enfrente. Permanece quieto, contemplando esa danza natural, perfecta y adormecedora que lo llena de calma. Piensa en sí mismo, en su vida, y reflexiona sobre lo que quiso hacer y nunca hizo, lo que quiso hacer y siempre hizo, lo que no quiso hacer y sin embargo hizo, y lo que no quiso hacer y pudo no hacer. Se pregunta si ese árbol -al que él ahora contempla y con el cual se siente tan a gusto-  querrá ser movido por las fuerzas del viento caliente del norte, y si en verdad ese árbol querrá estar en ese cantero, en esa calle, en esa ciudad. Se angustia ante el destino del árbol, destino claramente construido por otro, un gran otro que ni siquiera pertenece a su propia especie. Comienza a llorar, sin dejar de mirar ese movimiento involuntario que el árbol realiza, el cual pareciera ser una escena especialmente montada para él, el hombre sentado en el balcón que fuma el cigarrillo. Un gran nudo en el pecho lo ahoga, y lo invade de pies a cabeza ese sentimiento de opresión generado por aquellas circunstancias en las que uno no es capaz de (¿o no se atreve a?) elegir. Se pregunta, ahora, si en verdad querrá estar en ese balcón, fumando ese cigarrillo, contemplando ese árbol.