Todos los días hacía el mismo camino.
Todos los días se topaba con las mismas personas, a quienes saludaba con la misma alegría.
Todos los días pisaba las hojas caídas de los mismos árboles para escuchar el mismo sonido.
Todos los días entraba en el mismo almacén y se compraba los mismos caramelos.
Todos los días contemplaba las mismas casas, e intentaba ver hacia adentro y espiar a la misma gente que allí vivía.
Todos los días se detenía en el mismo semáforo y veía pasar el mismo colectivo.
Todos los días acariciaba el mismo perro que vivía debajo del mismo puente.
Todos los días arrancaba una flor de la misma planta y la usaba para adornar su cabello de la misma manera.
Todos los días cantaba la misma canción cuando doblaba en la misma esquina.
Todos los días, cuando llegaba al mismo charco, se paralizaba de la misma manera. Lo veía tan ancho como el océano atlántico, creía necesitar un barco para cruzarlo, imaginaba que jamás llegaría a salvo a la otra orilla. El corazón comenzaba a latirle muy fuerte, sus manos comenzaban a transpirar y su boca se secaba como el desierto. Entonces, daba media vuelta y regresaba – de la misma manera - a su hogar.
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