sábado, 24 de diciembre de 2011

detalles

Una preposición puede cambiarlo todo, así como el modo en que apoyás tu brazo sobre mi hombro, o la forma en la que me decís que tengo comida en el labio. De los pies a la cabeza, desde nunca hasta siempre: no me gusta que me digas que te reís conmigo y no de mí; porque en el fondo sé que te causa gracia cómo pronuncio las eses y los nombres en inglés (dale, no es lo mismo “yanis yoplin” que “tchanis tchoplin”). Sé que no podés evitar las carcajadas cuando bailo en bombacha sobre la cama, ni cuando me golpeo la cabeza contra el techo de tan alto que salto. Aunque no te enteres, te escucho cuando te reís de cómo camino y mucho más de cómo corro. ¿Y tan gracioso es verme llorar con las mismas escenas de la película que vi sesenta y cinco veces desde que la tengo en dvd? Pero lo más fatídico del asunto es ver asomar tus dientes y escuchar tu “ja-ja-ja” cuando entre tanto "bla-bla" de mi discurso imaginario, emerge la palabra plena y digo que me voy sin vos y no con vos. Y no es un detalle.

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