Estabas muy tranquilo, lo sé. Pero yo no. Tu tranquilidad actual reflejaba el modo en que me habías lastimado. Como si nada, te apareciste un día después de varios años sin dar noticia alguna; mientras yo sufría y moría por dentro, y lentamente comenzaba a marchitarme por fuera. El día que te fuiste, al despedirnos, me besaste tan intensamente que debí imaginarme que aquello no era una demostración del amor que por mí sentías. No, eso no era un beso de amor, definitivamente era un beso de despedida. A partir de ese momento, y en el transcurso del tiempo en que desapareciste fui muriendo lánguidamente, hasta que regresaste. Te paraste frente a mí, me miraste y te miré. A diferencia de lo que siempre había supuesto que iba a sucederme cuando te viera nuevamente, pude sostenerte la mirada, pude sostener la frente en alto, pude sostenerme en pie. Y no sé cómo, ni de dónde, saqué las fuerzas que me habías quitado. Tampoco sé cuánto tiempo pasó, no sé si fueron horas o simplemente segundos. Cuando volví en mí, vos estabas en el suelo y yo, en cuclillas, te sostenía entre mis brazos y, con lágrimas en mi cara, veía cómo tu sangre se iba esparciendo por el piso de la habitación.
Dicen que la vengaza se sirve en plato frío.
ResponderEliminarPero lo que yo veo es un calenton. Como esas ollas que cuando las abres...
Si luego hay lagrimas podemos entender aquello de que "ya que no para mi, para nadie".
Excelentemente narrado, me gustó.
Otra digna joyita de Gasqui, próximamente en "Mujeres Asesinas"!
ResponderEliminarCon las mujeres NO se juega... Y el final es producto de esa tortura que muchas veces sufrimos las mujeres en silencio, eso que callamos por mucho tiempo, hasta que nos damos cuenta que las palabras no valen nada y entonces... actuamos...
Vale.
vale y guille: gracias por sus comentarios!! :)
ResponderEliminarbesooss,
Lau
me falto un acto, pero me lo imagine.
ResponderEliminarla ignorancia mata, pensalo man.
soy yo Lauri, obvio.
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