Ya no sé qué es peor:
Que mi cama esté invadida por remeras, pantalones, corpiños, frazadas y diferentes objetos no identificados durante 4 días consecutivos y no haga nada para revertirlo;
Que escuche una y otra vez la misma canción y nunca me canse de cantarla, y gritarla, y bailarla, y sentirla;
Que me acueste a las 3 de la mañana con la esperanza de dormirme al instante y, luego de dos horas de recorrer con mis pensamientos todos los tiempos, espacios y personajes posibles, me resigne y prenda la luz;
Que cada vez que voy al chino a comprar cerveza crea que la china cajera y el chino repositor están hablando de mí en su inentendible idioma y comentan: “Deberíamos agradecerle a la borracha ésta por estar financiando la universidad de nuestros hijos”;
Que cada vez me aleje más del mundo de los números y me cuesten más y más las sumas y restas simples, tanto para que tenga que recurrir al viejo truco de contar con los dedos;
Que todos los días en algún momento se me nuble la mente de tal forma que no pueda recordar en qué día, mes y hasta año estoy viviendo.
No, realmente no sé qué es peor
No lo sé
Ni me importa.
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