martes, 19 de julio de 2011

el fuego del miedo

“Entiendo que tengas miedo”, le dijo. Los rayos del sol se reflejaban justo en sus ojos color avellana, y los hacían brillar como estrellas. Ella no contestaba, estaba atónita ante su figura magnánima. “¿Me escuchás?, lo entiendo”. Se acercó a ella, y siguió: “Entiendo que tengas miedo, lo entiendo, ¿entendés?”. Ahora la luz del sol que se reflejaba en sus ojos rebotaba en sus pupilas y penetraba en las pupilas de ella. Y atravesaba su córnea, su iris, todo, todo. Y entonces la luz se convertía en calor, en fuego indomeñable, e ingresaba a su cuerpo, quemándola por dentro. Bajaba por su nariz, pasaba por su garganta, luego por el esófago, llegaba al estómago, y ahí… ¡BUM! La luz incandescente de los ojos de él explotando en su ser. La luz de él explotando en su ser. Él explotando en su ser. Y ella, petrificada, a pesar del dolor, no dejaba derramar ni una sola lágrima . Lo miraba, aunque con la mirada vacía, y lo escuchaba, aunque con la escucha perdida. “Entiendo que tengas miedo”, repitió él.

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