martes, 22 de febrero de 2011

rain, I don't mind

Siempre amé la lluvia. 
De chiquita, leí un cuento que decía que cuando llueve salen a las calles duendes de colores a chapotear por los charcos, a colgarse de los paraguas de los escolares, y a reírse de los oficinistas que se resbalan a causa de las baldosas mojadas. Estos duendecitos no son visibles para el ojo del transeúnte apurado, sólo aquél que se detiene a contemplar y disfrutar de la lluvia tiene la suerte de poder verlos y jugar con ellos. 
Todo esto yo lo creí, y por eso cada vez que llueve me asomo a la ventana con ansias de encontrar a estas pequeñas personitas divirtiéndose bajo el agua. Y si voy por la calle, imagino que van colgados de mi paraguas rojo, o se cuelan entre mis piernas chapoteando sin cesar.
Pero confieso que el sábado pasado me olvidé de buscarlos. Igualmente creo que no se atrevieron a salir, porque de haberlo hecho, definitivamente se hubieran ahogado en niceto vega y fitz roy. Y sé que los duendes no quieren morir, todavía les queda mucha lluvia por sentir.

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