viernes, 21 de septiembre de 2012

mañana es mejor

Siempre hacia adelante, hacia algo que todavía no es, pero que sin embargo está siendo nombrado y que, por el mero hecho de existir en el reino de la palabra, va adquiriendo forma, características, sentido. Un viaje, una fiesta, un feriado, una reunión, inicio de clases, fin de clases, un recital, un cumpleaños, unas vacaciones, una inauguración, un encuentro. Nada es hoy, todo es mañana. Todo está allá –más allá- y por eso abre universos de creación, no lo podemos ver con los ojos, pero lo podemos imaginar con el resto de los sentidos. Acá no hay nada, acá vivimos allá, porque allá todo es posible, allá no hay certezas, allá no hay miedos, ni rutinas, ni vacíos, ni inviernos fríos. Allá es siempre primavera, allá siempre es hoy, pero mañana.


lunes, 17 de septiembre de 2012

de como tu vida puede ser un domingo tras otro


De repente mis sábados se convirtieron en domingos, pero mis domingos seguían siendo domingos, entonces me encontré en una situación en la que dos días a la semana sentía que las acciones, los pensamientos, las conversaciones, las esperas, las caminatas, las siestas y el mundo en general, nada de todo eso tenía sentido. Dos días a la semana, cuatro al mes, cuarenta y ocho al año. Un montón. Comencé a pensar entonces que eso era mucho, que eso me parecía mucho, mucho de nada, eso era mucho. No podía salir de esa enorme cantidad de horas perdidas y sin sentido. Tanto de eso y tan poco de otras cosas que no podía encontrar, ni nombrar, ni siquiera imaginar. Me volví más escéptica, más sarcástica, más incrédula. Mis dos días domingos eran una gran mochila de mochilero que cargaba de lunes a viernes y que poco a poco me fue encorvando, cansando y apagando. Entonces mis viernes también se transformaron en domingos, tediosos, sombríos, amargos, eternos, vacíos. Y después fueron los jueves, y luego se agregaron los miércoles, los martes y hasta los lunes. Siete días domingos al mes, trescientos sesenta y cinco al año. Ya no era mucho, ya era todo. Mi vida era una sucesión de domingos, una angustia pectoral inacabable e intransmisible al resto de la gente. Dejé de ir a trabajar, de ver a mis amigos y a mi familia. Ya casi no me levantaba de la cama, las sábanas me envolvían en su suciedad y juntas formábamos una unidad indestructible. Dejé de fumar, simplemente por carecer de fuerzas para salir a la calle en busca de los finos cilindros de la muerte.  Apenas comía y apenas tomaba, todo en función de lo que encontrara escondido en la heladera o en las alacenas jamás ordenadas.  Dejé de hablar, de sonreír y de llorar. Me olvidé de lo que era el sol, porque por mi ventana no entraba ni un rayo, no sé por qué razón ya que previo a todo esto recuerdo que mi cuarto era un lugar luminoso. Seguramente mi piel estaba pálida como la de un enfermo terminal, pero no lo sé con certeza ya que abandoné el hábito de mirarme al espejo. La gente que me conocía estaba azorada, no sabían qué me sucedía. Algunos pensaron que era una depresión por amor, otros barajaban la posibilidad de una fuerte adicción a las drogas. Pero nadie sabía a ciencia cierta qué me pasaba. 
Un día mandaron a un médico a domicilio para que los ayudara a descifrar mi estado cuasi catatónico. El médico –Dr. Rosalindo, no sé cómo lo recuerdo- me revisó sin contar con mucha ayuda de mi parte, y finalmente dio el veredicto: “Esta muchacha tiene una alteración en su calendario: todos sus días son domingos”. La gente que esperaba ansiosa en la sala de estar alguna pista sobre mi condición, en especial mi madre, se creyó estafada por este médico, Doctor quién sabe en qué ciencia, con su diagnóstico disparatado. Pero cuando yo  escuché sus palabras, fue como si alguna fuerza me volviera a mi cuerpo, a mi alma, y a mi ser. Lo miré a los ojos y pronuncié las primeras palabras luego del largo letargo en el que me había sumergido por quién sabe cuánto tiempo: "ayudame a salir".


domingo, 2 de septiembre de 2012

descontrol

No estoy pudiendo con mi vida. Me refiero al hecho de manejarla a gusto y piacere como quien diría. Se me escapan segundos, minutos, horas, días y semanas, se me escapan del cuerpo, se me escapan de mí y no sé a dónde van a parar. Las plantas se me mueren, las medias se me rompen, la comida se me pudre, y yo no sé a dónde estuve mientras todo esto sucedía. No me aguanto frente al espejo, no me aguanto parada, ni sentada, ni acostada, no me aguanto. El viento me da frío, la noche me da miedo, pero el cielo claro por las mañanas me da ilusión de completud. Ilusión y no certeza, ya de nada estoy segura, porque parece que todo lo que toco se desvanece y todo lo que se desvanece me aniquila un poquito más. No encajo en mí, ni encajo fuera de mí, porque muero cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, siempre un poco más.