No soy yo, sos vos. Te busco y no te encuentro, te escapás constantemente por el agujero infinito de mi cartera apolillada. Y aunque meta y siga metiendo la mano, el brazo y hasta el hombro, huís para que no te agarre, pero me llamás desde ese más allá –tu más allá- para que te acompañe a ver pasar la vida. Dejá de insistir con eso, me da náuseas todo, vos, yo, todo. Pero igual llegué acá, lo sé, no me lo digas otra vez, el viento y los latidos de mi corazón se encargaron de mostrármelo. Y te veo, y me hablás, no me tocás, no te animás, pero me hablás, no parás. ¿Sos capaz de inventar un mundo de mariposas hermosas que canten canciones de invierno en días de verano? No te creo nada, porque no creo en nada, no creo en nadie, no creo en vos, y ni siquiera en mí. Y seguís monologueando, te escucho, tu voz ya no aturde, y ahora hasta adormece. Con mis últimas fuerzas te digo que no prediques el amor sin fronteras, cuando vos mismo no sabés cómo amar, ni cuando, ni donde, ni a quién. Nada ni nadie te lo puede explicar, sos vos el que lo tiene que descubrir, vos, solo, sólo vos. Pero, mirame, ¿me escuchás? Para eso tenés que querer soltar las cuerdas que te atan al altar de la razón. Soltalas, soltate, tomate un Sertal y dejate llevar.